
No me he dignado a responder hasta ahora, símplemente por el hecho de la profunda y penetrante verguenza que recorre mis simientes humanas.Mira que era un recorrido simple y sencillito para dos monos avezados en la estúpida práctica del andarinamiento... Pues no: nos tuvo que atacar el mal de lémur (TM) y el mal Chimpancé Eterno (esto es el encogimiento de las orejas por el frío helador).

El caso es que la aventura la hicimos justo después de vacaciones de navidad, y como todo el mundo sabe, los simios se dedican en exclusiva a rascarse la barriga y a comer como si fuese siempre el último día de la humanidad. Con lo cual, eso también afectó a nuestra (sin)razón.

Y ahora la vergüenza hace mella en mis pliegues, y el resquemor que se escucha del chirriar por el contacto del suelo con las uñas de mis pies, acentúan mi sentimiento de pérdida. Y con eso no quiero decir que perdimos nada, si no que nos perdimos a nosotros mismos. Porque somos unos perdedores.

Aunque, de todas formas... ¿qué cojones se nos había perdido en Muskiz? Pues nada, para la próxima iremos a Irún. Que tampoco se nos ha perdido nada allí, pero es un destino en el que puedo pasar varios años... Malditas oposiciones que me quieren llevar a Guipuzcoa. En fin, pirulín.Aió.